18:45 | Author: Aquiles Brinco
Había mucha niebla entre ella y la persona que estaba parada en frente, del otro lado del arroyuelo. Apenas alcanzaba a ver su rostro, pero sabia que era una persona familiar, una persona grata, no existía esa necesidad de huir de él, o ella… o eso.
Su cabello rosado estaba trenzado sobre su cabeza. Era una suerte de noble o algo así, no tenia muchas pistas de su pasado.

Le encantaba ese vestido rojo con mangas hasta los codos y muchas vueltas en la caída de la falda porque la hacia sentir grande, aunque tampoco recuerda que la sensación de ser grande le trajera demasiados bellos recuerdos.

La persona que tenia en frente era de mirada gentil. No alcanzaba a ver su rostro, pero sentía que la miraba con cariño, sin la hostilidad de la que huía. De su edad quizá, un niño algo mayor que ella, perteneciente a otro estrato social, evidenciado por sus ropas sencillas y humildes.

Violet despertó de su sueño. El mismo sueño que recuerda desde que volvió de su retiro. Su despertar fue amable, en cierta forma grato. Otras veces había despertado lista para salir corriendo. Ese sueño con un niño desconocido y sin rostro se alternaba, a veces en la misma jornada, con una sonrisa que le provocaba escalofríos. Lo peor es que esa sonrisa era parte de su vida.

-Despierta-.

-¿Tenemos al objetivo en la mira ya?-.

-No… simplemente me molesta verte dormir mientras trabajamos, sobre todo porque de repente te da por salir corriendo apenas despiertas-.

-Perdón-.

-Te amo-.

Su compañero de labores no disfrutaba mucho de ella, solo algunas cosas.

De la tienda salió el último de los clientes del día. Una joven que no tenía más de diesi siete años, con uniforme escolar y un morral de cuero cruzado al pecho.

A Violet le desagradaba como se la quedó mirando un sujeto de la acera de en frente, pero al ver esa misma expresión en el rostro de su compañero, sintió un escalofrío recorrer su espalda.

-Vamos-.

Eso, más que una sugerencia, era una orden. No le agradaba usar a la chica de carnada, pero parecía que todos los hombres, de todas las razas, pensaban de la misma manera: carne. Daba lo mismo la especie, siempre había hambre en sus estómagos.

Su objetivo de turno era capturar a un demonio que se alimentaba de una característica cada vez más escasa en las jóvenes de la época: la virginidad. Él culpaba a las chicas por vestirse tan provocativamente, incluyendo a su pareja de labores y de la vida. “Pero no me quejo tampoco” remataba siempre.

-Apareció… vamos por él-.

Ya habían bajado del segundo piso del edificio desde donde vigilaban y se disponían a cruzar la calle cuando la chica saludó muy entusiastamente a otro joven. El demonio que la seguía desistió de su cacería de momento, pero al voltear y encontrarse con los ejecutores, mostró su rostro de sorpresa y se echó a correr por las calles de la ciudad. Violet y Alphonse le siguieron el paso a la misma velocidad, y al pasar junto a la pareja que se vio sorprendida por el pasar de tres sombras, Violet descubrió algo inquietante en los ojos de aquel desconocido. Pero su labor era capturar a ese engendro y ejecutarlo en este mundo para que pudiera ser juzgado en el suyo.

El demonio shajehen (“violador” en su mundo original) esquivaba a las personas con agilidad, pero sus perseguidores no lo hacían mal. En algún momento tomó la mala determinación de doblar en un callejón que no tenía salida. Al intentar saltar, su mano quedó atravesada por un dardo lanzado con precisión por la vampiresa ejecutora, dando un grito de dolor que casi deja su rostro real al descubierto.

-Los cargos son- comenzó la ejecutora- escapar a tu juicio, atentar contra la seguridad de las personas de un mundo al que no perteneces… y ser un maldito degenerado-.

Violet sentía repulsión por cada shajehen que existía. Cada vez que podía capturar a uno de ellos era como si, en alguna parte de su reducida alma, el dolor menguara, al menos en parte. Los consideraba la peor de las razas demoniacas.

Su compañero realizo un conjuro de sello con las manos y las palabras adecuadas, pero Violet descargó algo de su furia antes de que fuera encerrado en la kenja tepker (“caja de reclusión”).

-Parece como si te hubiera hecho algo a ti… cálmate-.

-Perdón- la respuesta de siempre.

En otro lado de la ciudad, Alex acompañaba a Sandra, la joven que funcionó de carnada, hasta su casa, ya que se había estado sintiendo perseguida los últimos días.

-Es raro esto, ¿sabes?-.

-No sé, pero te creo… ha estado extraño hasta el aire-.

Sandra tenía cierta sensibilidad a presencias espirituales, pero no alcanzaba a darse cuenta de la naturaleza de lo que la rodeaba. Alex, por su parte, era una persona aun más curiosa. Había días en los que despertaba como cualquier persona normal, pero otros podía reconocer el estado menstrual de las mujeres por su olor. Otra cosa que podía oler con facilidad, era la sangre. Podía escucharla correr por las venas de la gente a su lado incluso, y de alguna forma eso lo ponía nervioso, pues desconocía la naturaleza de tales habilidades.
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